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26.6.10

Margarita García Robayo



Fútbol
Buenos Aires, 22 de junio de 2010.
(Fragmento de una crónica mundialista)

1.
El sábado 4 de septiembre de 1993 iba a ser un fin de semana como cualquiera. Mis papás, mis hermanos y yo nos íbamos a una finquita que teníamos cerca, y esta vez venían también cinco amigos de mi hermano, que tenía quince años. No era usual que hubiera tanto muchachito, pero fuera de eso el plan transcurría más o menos como siempre. Como siempre era aburrido, complicado. En mi casa todo tendía a complicarse porque éramos mucha gente con poca voluntad, y, salvo la parte en que comíamos –desaforados, mayormente–, nunca estaba claro qué le tocaba hacer a cada quien. Mis fines de semana a los trece años eran, entonces, una sucesión de paseos confusos, sobresaturados de conflictos microscópicos, que el domingo a la tarde, por acumulación o por desgaste, explotaban en masa dejando una nube espesa encima de nuestras cabezas. A veces la nube no alcanzaba a disiparse en la semana y el sábado siguiente allí estábamos, arrastrando peleas más viejas que algunos de nosotros: que yo, por ejemplo, que soy la menor de cinco. Total, que ese sábado no parecía distinto, salvo por el despliegue de testosterona adolescente.
–¿Y por qué es que vienen todos esos zánganos? –preguntó mi hermana, que tenía dieciséis; mi hermano se había ido con los amigos en su camioneta: una Ford muy vieja que le habían regalado hacía unos meses para su cumpleaños número quince, y que hoy habían disfrazado de bandera. Los demás íbamos en el Polara de mi madre. Mi hermana llevaba un rato enredándome el flequillo con una peinilla: por esa época las dos usábamos el copete de Alf y cada mañana la una le enredaba el flequillo a la otra; luego se lo abultaba y se lo echaba hacia un lado y se lo iba esculpiendo. Al final lo rociaba con laca.
–Vienen por el partido de mañana –dijo mi madre, que manejaba, mientras mi papá cabeceaba en el asiento de al lado, con el diario doblado en la falda. Mis dos hermanas mayores ya iban a la universidad, por eso zafaban de estos paseos: los fines de semana siempre tenían trabajos grupales para los cuales se producían como si estuvieran estudiando teatro de revista y no derecho.
–¿Qué partido? –insistía mi hermana, pero ya no hubo respuesta. Mi mamá pocas veces seguía un diálogo más allá de dos líneas, era como que se aburría y cambiaba de tema sin previo aviso. En cambio podía mantener largas conversaciones consigo misma. Ahora, por ejemplo, hablaba del almuerzo: que no iba a alcanzar porque los muchachitos son tan tragones a esa edad, la edad de la tripa hueca, del barril sin fondo, de la solitaria, “ja–ja”: se burlaba sola.
Mi hermana terminó de peinarme, me eché hacia delante y alcé la cabeza para mirarme en el retrovisor: el copete de Alf se elevaba como un tsunami sobre mi frente. Se ve que el olor de la laca despertó a mi papá porque sacudió la cabeza y volvió en sí, agarró el diario y se lo acercó bien a sus ojos miopes, como si estuviera muy interesado en lo que decía el titular: “Colombia enfrenta a Argentina en la última fecha de la fase clasificatoria”. Y la bajada: “Hay mucho optimismo”.
A mi papá no le gustaba el fútbol. A mi mamá tampoco. A mis hermanas tampoco. A mi hermano, vaya a saber. Era el único varón y eso lo convertía en un pendejito caprichoso. Mis padres le consentían la volubilidad hasta el punto de la esquizofrenia. Su vida consistía en abrazar nuevos gustos y desechar los viejos, que no solían durar más de un mes. En el último año había pasado del heavy metal al reaggae, de Balzac a Condorito, de una novia culonsísima a una lombriz anoréxica. En fin, que ese fin de semana a mi hermano le gustaba el fútbol, por eso nos habíamos embarcado en un paseo cuyo objetivo era mirar un partido con sus amigos granulientos. Volví a mi lugar en el asiento, tratando de no moverme mucho para no perturbar al copete, y empecé a enredarle el flequillo a mi hermana.
–Parece que es un partido importante –le dije.
–¿Ah sí?
Asentí:
–Hay mucho optimismo.
(...)
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Margarita García Robayo. 1980, Cartagena, Colombia. Escritora, periodista y catedrática, radica desde 2005 en Buenos Aires, donde escribe la sección La ciudad de la furia en el diario Crítica de la Argentina, y escribe columnas de opinión para distintos medios de América Latina. Para la edición digital de Clarín, creó el blog Sudaquia: historias de América Latina y colaboró en revistas de crónica como Soho, Don Juan, Travesías, Surcos, Gatopardo. En su ciudad fue columnista de cine de El Universal, profesora de análisis fílmico de la "Universidad Torge tadeo lozano" y coordinadora de proyectos en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Fue elegida como uno de los 50 líderes de Colombia en la edición de liderazgo del 2007 de la revista Cambio. Escribió el libro de cuentos Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza (Planeta, 2009; Destino, 2010), que fue traducido al italiano. Participó en la antología de las mejores crónicas de la revista Soho, publicada por Editorial Aguilar en 2008.
Contacto:
http://www.facebook.com/margarita.garciarobayo 

18 comentarios:

Luis Alburqueque dijo...

Terminé de leer esta partesita, me faltan las demás...

Saludos!
y muy bueno..

ana. dijo...

Hola, Jorge. Me encanta el contenido de tu blog y especialmente tu poesía. Muchas gracias por tu maravilloso aporte al "mundo blog"
Besos

Anónimo dijo...

Una buena crónica pelotera de aquellos tiempos donde creíamos q con el pibe Valderrama lo ganábamos todo.

Fidel

La Bella Danny dijo...

Una penita q Colombia no este en el mundial. Me gustó la crónica, la leí enterita.

Kisses

A g r i p i n a. dijo...
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Anónimo dijo...

se ve que el hermanito de la autora era una fichita
eh
:)

Giorgio dijo...

Linda la autora y sobre todo q escribe como los dioses.

Xavier dijo...

Muy bueno tu blog!

RENATA CORDEIRO dijo...

*En mi casa, al menos como yo lo recuerdo, también hubo un antes y un después de ese partido. Mientras transcurría el desdichado mundial USA 94, nos pasaron algunas cosas: la guerrilla tomó la finquita y nunca la devolvió*
En mí casa, somos fãs de Valdemarra e de Colombia. Me recuerdo mucho bien de ese periodo de nuestra Historia.
Sufrida, pero jamás vencida!
Me ha gustado mucho*
Gracias, Jorge!
Saludos fraternos!
Renata
E permanezco.

Ana Márquez dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
lichazul dijo...

un excelente trabajo , felicitaciones a la autora y a ti por compartir este hallazgo

un abrazo de paz

Manuela dijo...

Muy lindo
saludos desde Argentina
y te sigo desde mi blog!

Noelia Fernández dijo...

Aaaaaaii graaaaaaacias : )!

un beso!!

Rafa Suasnabar dijo...

No tengo nada contra los argentinos pero recuerdo con placer ese partido, ojalá se vuelva a repetir la historia otra vez, es la misma historia de David contra Goliat, entonces todos somos David.

cheguevara dijo...

me parece que fue cuando nos comimos cinco pepinos!
literatura? vuelvo.
gracias por tu visita
abrazo revolucionario
CHE

TORO SALVAJE dijo...

Me gusta el relato.
Felicidades para su autora y gracias a ti por divulgarlo.

Saludos.

Nurkia Rudametkin dijo...

Me ha gustado muchísimo tu blog!
Saludos

Anónimo dijo...

Sin lugar a dudas, una de nuestras jóvenes escritoras más lúcidas y bellas de nuestro idioma.

Albert

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