Rocío Soria

Las antiguas de mí misma

Las antiguas de mí misma
deben haber muerto
en fibras blancuzcas,
en aserrines
tropezándose en sus mismos pies,
ahorcándose en sus propios brazos.

Las otras de mí
deben haberse contenido el peso de las pupilas
en los pañuelos de sangre,
deben haberse colgado en los muros
a desgajarse el pellejo a piedras.

Encuentro que estoy hecha de fríos
como las otras
lo sé porque el dolor de vivir
se me ajusta a la espalda
y me circula como un hematoma negro.

Voy oscura, descalza
como si ya me hubiera unido a las sombras para siempre
como si ya hubiera vivido siempre
trago cuchillos,
me deleito sorbiendo agua sal por las ternillas
hasta llenarme el estómago,
hasta volverme cianótica.

El dolor es una especie de éxtasis:
lloro detrás de la cortina
y me gusta cómo mis lágrimas se van espesando.
Es como haber ingerido solvente.

¿Hasta cuándo podré reír?
no puede existir un placer tan gratificante
como el dolor que me abunda.
¿Hasta cuánto fuego podré tolerar?

Estoy hecha de eritemas
como quien guarda alacranes en el cajón
y se los traga
y deja que lo piquen hasta hacerse inmune.

No hay poción, ni raticida para el dolor
solo me queda apretarlo hasta que de tanto apretarlo
me vuelva insaciable.
Sin embargo
hoy no estás y eso si es insalvable
es una nueva mutación del dolor.
Las otras de mí deben haberse colgado en los muros
y despellejado a piedras.


Sala de curaciones

Los poemas son largos flemones que los enfermos tosen y escupen, tumefacciones en las ingles que se rascan y revientan.
El poema es una herida que no cierra, el hueco de una escara que se lava, se seca y se escurre.
Una mujer corta el pellejo de la pierna con una hoja de afeitar, vacía la inmensa ampolla del poema sobre un perol de acero, el poema gotea vagamente.
El poema se pudre dentro del cuerpo, globo vesical, coca cola espesa en la sonda.
Los médicos residentes y las enfermeras entran, rodean el cuerpo, se colocan guantes sobre los guantes, traen el equipo de curación y con una pinza meten gasas en el centro del poema, la pestilencia invade el cubículo, se tapan la nariz, contienen el aire, el poema apesta con el miasma de lo incurable, de lo insalvable.
El poema es una colada negra, se riega por los recodos del tiempo, del alma, de la conformidad, del cancel de los muertos.


Episiotomía
*
Los ojos del poema, las branquias por las que respira el poema, el feto malogrado del poema, el maldito fardo terrenal del poema, el monólogo interno del poema, los movimientos peristálticos del poema, el maleficio del poema, la aguja que sutura el corte en el canal del parto del poema, el poema abortado en el fondo del balde tiene la forma de una inmensa lápida sin nombre.


Rocío Soria. 1979, Quito, Ecuador. Ingeniera en Diseño Gráfico y Comunicación Visual, egresada de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador, con diplomados en Medios Impresos del Siglo XXI y en Arte Ecuatoriano. Actualmente cursa una Maestría en Literatura Infantil y Juvenil en la Universidad Técnica de Loja. Publicó el poemario "Huella Conceptual", con el que obtuvo el Segundo Premio en el Concurso de Poesía organizado por el Departamento de Cultura de la Universidad Central del Ecuador, 2003. Ha sido galardonada también con numerosos premios literarioso como el I Premio Concurso del Libro y de la Rosa, UNESCO y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2006; el Premio Nacional Ileana Espinel Cedeño, 2008; entre otros. Ha sido publicada en varias antologías y revistas nacionales e internacionales. Publicó en el 2008, “El Cuerpo del hijo”, y en el 2009 “Isadora”. Ha sido traducida al inglés y al francés.
Contacto:
http://rociosoria.blogspot.com/